Es
uno de los viajes que muchos de nosotros hacemos con más frecuencia
al día. Y, sin embargo, cuando lo hacemos, no podemos evitar
experimentar una cierta sensación de ansiedad.
Se
trata nada más y nada menos que del viaje en ascensor, un recorrido
que a pesar de durar unos pocos segundos nos suele resultar
ligeramente incómodo.
"Casi
todos nos encerramos en nosotros mismos. Entramos, presionamos el
botón y nos quedamos perfectamente quietos", le explicó a la
BBC Lee Gray, investigador de la Universidad de Carolina del Norte,
en Estados Unidos.
Tal
es el interés que despierta en Gray el estudio y análisis de esta
actividad que la gente lo llama "el hombre del ascensor".
"El
elevador se convierte en un espacio interesante, en donde las normas
de comportamiento se vuelven extrañas", explica. "Son
ámbitos socialmente curiosos a la vez que muy raros".
Las
conversaciones que comenzaron en el hall tienden a extinguirse
rápidamente en la densa atmósfera del ascensor. Por lo general
entramos y nos damos vuelta para ponernos de frente a la puerta.
Si
alguien más entra, puede que tengamos que movernos. Y aquí es donde
los pasajeros comienzan a hacer -sin pensarlo- una seguidilla de
movimientos semejantes a los pasos de un baile preestablecido.
El baile del ascensor
Al igual que en los puntos en los dados, la gente tiende a pararse en un lugar específico.
Cuando
estamos solos podemos hacer lo que queremos: la pequeña caja es toda
nuestra.
Si
hay dos personas, cada uno se ubica en una esquina. Pararse en
diagonal, es la forma de crear la mayor distancia posible.
Cuando
entra una tercera persona, de forma inconsciente formamos un
triángulo. Y, cuando se incorpora una cuarta persona, cada uno se
para en una esquina. En caso de que ingrese una quinta, la
desafortunada siempre se tiene que situar en ese incómodo centro del
ascensor.
A
partir de aquí, la cuestión se complica. Las personas que ingresen
en ese momento deberán medir la situación apenas se abran las
puertas y tomar una decisión inmediata. Una vez dentro, el
protocolo para la mayoría es simple: mirar hacia abajo, o al
teléfono.
Pero
¿por qué nos comportamos de forma tan extraña en esta caja que
sube y baja?
Por lo general, cuando nos juntamos con otra gente, dejamos entre persona y persona una distancia de por lo menos un brazo. Y eso no es posible en la mayoría de los elevadores, por eso nos encontramos en una situación muy inusualBabette Renneberg, psicóloga clínica de la Universidad Libre de Berlín
"Uno
no tiene espacio suficiente", le dice a la BBC Babette
Renneberg, psicóloga clínica de la Universidad Libre de Berlín, en
Alemania.
"Por
lo general, cuando nos juntamos con otra gente, dejamos entre persona
y persona una distancia de por lo menos un brazo. Y eso no es posible
en la mayoría de los elevadores, por eso nos encontramos en una
situación muy inusual. Es poco natural".
En
un espacio tan pequeño y encerrado se vuelve vital, dice, actuar en
una forma que no pueda ser interpretada como amenazadora, rara o
ambigua. La manera más fácil de lograrlo es evitando el contacto
visual.
super curioso genial
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