El problema de la autoestima está muy claro. Se trata siempre de
dejar de valorarse por los valores trampa: la belleza, la inteligencia,
la eficacia… Y solo dar importancia a la gran característica del ser
humano, la mejor y únicamente valiosa: la capacidad de amar la vida y a los demás. Porque esta es la que, de verdad, otorga la felicidad.
Créeme: la gente muy guapa o muy inteligente es igualmente
desgraciada. La gente muy capaz tampoco es feliz por el hecho de serlo.
Nos han comido el coco para pensar que todo eso es esencial y es una
gran mentira. Por lo tanto: ¡no te agobies por querer ser más guapa,
lista o capaz! ¡Yo ya paso de eso!
Yo lo único que quiero ser ya es un gran amante de la vida y de mis
amigos. Y, por cierto, solo me rodeo de personas que piensan como yo,
porque son los mejores y los más positivos.
Cuando dejamos de valorarnos por cosas externas,
se acaba de golpe el problema de la autoestima, porque todos tenemos la
capacidad de amar a la vida y a los demás, por eso todos somos súper
valiosos (aunque sea en potencia), ¡desde que nacemos!
Cuando dudes de tu autoestima, pregúntate: “Si yo fuese síndrome de
Down, ¿sería una persona valiosa?”. ¡Claro que sí! Precisamente por la
capacidad de amar. Así que decídete ya por la madurez total. A partir de
hoy vamos a centrarnos en la hermosa capacidad de amar.
Hay mucha confusión sobre la autoestima, incluso entre psicólogos.
Muchas veces pretenden subir la autoestima de la gente diciéndole: “¡Tú
puedes!”. Y eso no es bueno, porque lo cierto es que a veces uno puede,
pero otras muchas, no. Si te valoras por tus logros, tu autoestima
oscilará siempre: cuando te reconozcan méritos, te sentirás bien. Y cuando no, fatal.
La solución, por lo tanto, es hacerse humilde y disfrutar de las pequeñas cosas. Y, como decía, solo valorarse por la capacidad de amar. Algo que los seres humanos tenemos, a borbotones, desde el nacimiento.
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