“La soledad, si se la obliga a reaccionar en la debida forma, puede convertirse en una maravillosa aptitud para ayudar al prójimo. La preocupación constante por los demás es una de las mejores curas para la propia soledad. Muchas almas han sido capaces de arrancar de sí mismas este sentimiento sólo con dejar de estar tan intensa y constantemente preocupadas con sus propias penas”.
Florence Wedge,
Dios y tu soledad
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