LECHE
DE
VACA:
En
función del tratamiento térmico se diferencia la leche pasterizada,
la esterilizada y la UHT. A su vez, cada uno de estos tipos de leche
se puede clasificar en función de su contenido graso en leche
entera, semidesnatada o desnatada.
Leche
pasterizada.
Ha sido sometida a un tratamiento térmico durante un tiempo y una
temperatura suficientes para destruir los microorganismos patógenos,
aunque no sus esporas (formas de resistencia de los microorganismos).
Sin embargo, no se puede considerar como un producto de larga
duración, por lo que se debe mantener siempre en refrigeración y
conviene consumirla en el plazo de 2-3 días. Se comercializa como
leche fresca del día.
Leche
esterilizada.
Ha sido sometida a un proceso de esterilización clásica, que
combina altas temperaturas con un tiempo también bastante elevado.
El objetivo es la destrucción total de microorganismos y esporas,
dando lugar a un producto estable y con un largo período de
conservación. El inconveniente es que este proceso provoca la
pérdida de vitaminas B1, B2, B3, así como de algunos aminoácidos
esenciales. Por ello, la industria láctea añade frecuentemente
estos nutrientes a las leches sometidas a este tratamiento. Este tipo
de leche se comercializa envasada en botellas blancas opacas a la
luz, y se conserva, siempre que no esté abierto el envase durante un
período de 5-6 meses a temperatura ambiente. Sin embargo, una vez
abierto el envase, la leche se ha de consumir en un plazo de 4-6 días
y mantenerse durante este tiempo en refrigeración.
Leche
UHT o leche uperizada.
Es aquella que ha sido tratada a unas temperaturas muy elevadas
durante un tiempo que no superan los 3-4 segundos. Debido al corto
período de calentamiento, las cualidades nutritivas y organolépticas
del producto final se mantienen casi intactas o varían muy poco
respecto a la leche de partida. Se conserva durante unos tres meses a
temperatura ambiente si el envase se mantiene cerrado. Una vez
abierto el envase, debe conservarse en la nevera, por un periodo
máximo de cuatro a seis días.
Leche
entera.
Es aquella que presenta el mayor contenido en grasa láctea, con un
mínimo de 3,2 gramos por 100 gramos de producto. Tanto su valor
calórico como su porcentaje de colesterol son más elevados con
respecto a la leche semidesnatada o desnatada.
Leche
semidesnatada.
Se le ha eliminado parcialmente el contenido graso, que oscila entre
1,5 y 1,8 gramos por 100 gramos de producto. Su sabor es menos
intenso y su valor nutritivo disminuye por la pérdida de vitaminas
liposolubles A y D, aunque generalmente se suelen enriquecer en esas
vitaminas para paliar dichas pérdidas.
Leche
desnatada.
Mantiene todos los nutrientes de la entera excepto la grasa, el
colesterol y las vitaminas liposolubles. Muchas marcas comerciales
les añaden dichas vitaminas para compensar las pérdidas. También
se encuentra en algunos supermercados leche desnatada enriquecida con
fibra soluble.
La
composición de la leche determina su calidad nutritiva y varía en
función de raza, alimentación, edad, periodo de lactación, época
del año y sistema de ordeño de la vaca, entre otros factores. Su
principal componente es el agua, seguido fundamentalmente por grasa
(ácidos grasos saturados en mayor proporción y colesterol),
proteínas (caseína, lactoalbúminas y lactoglobulinas) e hidratos
de carbono (lactosa principalmente). Así mismo, contiene moderadas
cantidades de vitaminas (A, D, y vitaminas del grupo B, especialmente
B2, B1, B6 y B12) y minerales (fósforo, calcio, zinc y magnesio).
La
leche constituye el mejor aporte de calcio, proteínas y otros
nutrientes necesarios para la formación de huesos y dientes. Durante
la infancia y adolescencia se aconseja tomar la leche entera, ya que
conserva la energía y las vitaminas A y D ligadas a la grasa. En la
edad adulta también es importante mantener un consumo adecuado, con
el fin de favorecer la conservación de la masa ósea, contribuyendo
así a prevenir la desmineralización de los
huesos,
causa frecuente de osteoporosis y fracturas. Este efecto cobra aún
más importancia en las mujeres durante las etapas de adolescencia,
embarazo, lactancia y menopausia.
La
grasa de la leche resulta fácil de digerir, ya que se encuentra en
forma de pequeños glóbulos rodeados de una fina capa protectora.
Sin embargo, dado el contenido calórico de la leche entera, personas
con sobrepeso, obesidad y alteraciones de lípidos en sangre
hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia), pueden optar por la leche
semidesnatada o desnatada, con menor cantidad de grasa y, en
consecuencia, también de calorías y colesterol.
La leche contiene además
triptófano, un aminoácido (componente de las proteínas) que
estimula la producción de serotonina, un neurotransmisor que produce
en el organismo efectos calmantes e inductores del sueño. Por este
motivo, se recomienda el consumo de leche antes de acostarse para
ayudar a combatir el insomnio y los estados de ansiedad. Si se toma
azucarada, el efecto es aún mayor, ya que el azúcar favorece
también la liberación de serotonina. A pesar de su valor nutritivo,
la leche de vaca está contraindicada en algunas situaciones
concretas, como en el caso de quienes sufren intolerancia a la
lactosa, galactosemia y alergia a la leche.
Fuente:
Dolores Manríquez Martínez. 13 consejos
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