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jueves, 23 de agosto de 2018

LAS DOS CARAS


SIN PESTAÑEAR

Domingo por la mañana, alrededor de las once, una pareja camina a algo de distancia en sentido opuesto al mío, en breve nos cruzaremos. Están lejos pero me parece reconocer una silueta masculina. Cada vez más cerca, se me agita el pulso, lo reconozco, nos reconocemos. Un  millón de cosas pasan en un instante por mi cabeza, pienso en una conversación corta para no molestar, o tal vez en un simple gesto de saludo sin detener la marcha. Llegamos al mismo punto, y desacelero, comienzo a mirar pero sus ojos son dos señales de stop y su sonrisa se ha petrificado en un gesto de: “ni se te ocurra saludarme”. Lo capto enseguida y prosigo mi camino, sin mirar atrás. Sentí como si una hoja de acero atravesara mi corazón. Es curioso como alguien puede matarte sin ni siquiera pestañear.



LAS GANAS

Lo contrario, sábado por la noche, tres años antes. También sentido opuesto, pero en aceras diferentes; pocos metros nos separan, nos reconocemos a la luz de las farolas, como dos perros en celo que se huelen pero el instante es fugaz y atroz. Se agita el pulso, se mira como si se estuviera a punto de salir del firmamento, como si estuviesen a punto de dejar escapar esa estrella que ocupa la otra acera de la calle, como si después de ese momento, nos adentrásemos en las tinieblas. Dan ganas de mandarlo todo a la mierda y salir corriendo, pero los pasos son más rápidos que la mente y lo único que queda son las ganas y la acera vacía.

Anyma

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