SIN PESTAÑEAR
Domingo
por la mañana, alrededor de las once, una pareja camina a algo de
distancia en sentido opuesto al mío, en breve nos cruzaremos. Están lejos pero me parece reconocer una silueta masculina. Cada vez más cerca, se me agita el pulso, lo reconozco, nos reconocemos. Un millón de cosas pasan en un instante por mi cabeza, pienso en una conversación corta para no molestar, o tal
vez en un simple gesto de saludo sin detener la marcha. Llegamos al
mismo punto, y desacelero, comienzo a mirar pero sus ojos son dos
señales de stop y su sonrisa se ha petrificado en un gesto de: “ni
se te ocurra saludarme”. Lo capto enseguida y prosigo mi camino,
sin mirar atrás. Sentí como si una hoja de acero atravesara mi
corazón. Es curioso como alguien puede matarte sin ni siquiera
pestañear.
LAS
GANAS
Lo
contrario, sábado por la noche, tres años antes. También sentido
opuesto, pero en aceras diferentes; pocos metros nos separan, nos
reconocemos a la luz de las farolas, como dos perros en celo que se
huelen pero el instante es fugaz y atroz. Se agita el pulso, se
mira como si se estuviera a punto de salir del firmamento, como si
estuviesen a punto de dejar escapar esa estrella que ocupa la otra
acera de la calle, como si después de ese momento, nos adentrásemos
en las tinieblas. Dan ganas de mandarlo todo a la mierda y salir
corriendo, pero los pasos son más rápidos que la mente y lo único
que queda son las ganas y la acera vacía.
Anyma
La mirada habla tantas ocasiones por si sola
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